enero 05, 2011

De Bello Gallico (I)

(tomado y editado de Wikipedia.com)

Antigua versión de Los Comentarios de la Guerra de las Galias (tomado de luduslitterarius.net)

Los Comentarios a la guerra de las Galias (Commentarii de Bello Gallico o, abreviadamente, De Bello Gallico) es una obra de Ivlivs Cæsar redactada en tercera persona. En ella Cæsar describe las batallas e intrigas que tuvieron lugar en los nueve años que pasó luchando contra ejércitos locales que se oponían a la dominación romana en la Galia (del 58 al 50 a.C.).
El título en latín, literalmente Comentarios a la guerra de las Galias, es a menudo conservado en las traducciones del libro, y el título también se traduce como "Sobre la guerra de las Galias", "De la guerra de las Galias", "La conquista de las Galias" y "La guerra de las Galias".
Versión moderna de Los Comentarios de la Guerra de las Galias (tomado de comunaliteraria.cl).

Los Libros

El Libro I recoge las campañas del año 58 contra los helvecios y los germanos. El propósito central de Cæsar era la justificación para ambos conflictos, que no era otra que la defensa de la  provincia Narbonense y de otros pueblos aliados. Aparentemente, Cæsar no tenía previsto el conflicto contra los helvecios, pero supo aprovechar la oportunidad. Afirmaba que no se podía tolerar que éstos se establecieran en un territorio tan próximo a la provincia Narbonense, el de los sántonos, por más que habitasen a ¡más de doscientos kilómetros de la provincia! Para la mentalidad romana era motivo más que suficiente. Dos rápidas acciones le bastaron para destrozar al ejército helvecio y obligarles a rendirse. Cæsar los devolvió a su territorio original para que siguieran actuando como dique de contención frente a la presión  de las tribus germanas. Una llamada de auxilio del heduo Diviciacus, amigo fiel de Roma, permitió enlazar una campaña con otra. Las luchas por la supremacía en la Galia habían aupado al mayor escalafón al germano Ariovistus, que rápidamente había sometido a  tribus aliadas romanas (arvernos y sécuanos) y a tribus enemigas (heduos), y ahora amenazaba con desestabilizar toda la Galia. Seguramente existió entonces un exceso de dramatismo, pero cierto es que Cæsar reconoció como grave el problema de Ariovistus, a quien un año antes no había tenido problema de nombrar con el título de amigo y aliado del Pueblo Romano. Sea como fuere, Cæsar respondió presto a la llamada de Diviciacus y, en una batalla memorable, obligó a los germanos a cruzar de nuevo el Rin. Antes de la batalla final, Cæsar hubo de hacer frente a una grave crisis: su ejército se encontraba atenazado por el miedo que provocaban aquellos bárbaros. Sus habilidades oratorias le sirvieron para salir airoso del paso. No obstante, en el relato, cargó contundentemente contra los jóvenes aristócratas que formaban su séquito y, en contraposición, alabó a oficiales y soldados, perfilando la imagen de ejército que quería.
Esquema de la batalla con Ariovistus (tomado de forumromanum.org)
El Libro II está consagrado a la campaña contra los belgas (57 a.C.). En cierto modo, forma una unidad con el tercero, toda vez que ambos relatan la generalización de la guerra hasta la pacificación aparente. No obstante, hay diferencias sustanciales: este libro se encuentra centrado por completo en la figura de Cæsar, en tanto que el tercero el general comparte el protagonismo con sus lugartenientes, debido a la multiplicación de los frentes. Al disponer que sus tropas invernasen en mitad de la Galia, el procónsul estaba dando a entender que había llegado para quedarse. La formación de una coalición belga contra él se hizo inevitable, y una vez más Cæsar precipitó los acontecimientos: penetró en territorio belga e hizo cundir el pánico. Sólo hubo de vencer la resistencia tenaz de los nervios, a los que diezmó, y de los atuátucos, que pagaron muy caro su intento de engañarle. Entretanto, el hijo menor de Marcvs Licinivs Crassvs se encargaba de la costa oeste. Concluida la campaña contra los belovacos, Cæsar despachó a Roma un despacho triunfalista y exagerado: la Galia estaba pacificada. Esto le valió una supplicatio de quince días, un honor nunca concedido hasta entonces. Sabía que la información podría ser precipitada, pero se aseguraba su continuación en el campo de batalla galo pues cada nuevo estallido de violencia sería considerado como un acto de rebelión a Roma que debería ser castigado. La situación en Roma no era menos importante. En el curso de este año se había producido un acercamiento de Cnaevs Pompeivs Magnvs y sus adversarios políticos, que habían recrudecido sus ataques contra la legislación cesariana. Cæsar maniobró con presteza, entrevistándose primero con Crassvs en Rávena e, inmediatamente después, concertando una reunión con ambos y Pompeivs en Luca. De resultas de ésta, se reforzó la coalición:  Pompeivs y Crassvs serían cónsules en el 55, tras lo cual el primero recibiría las dos provincias hispanas por cinco años y el segundo obtendría Siria, en tanto que a Cæsar se le renovaba su mandato en la Galia por otros cinco años (con la cláusula adicional de que no se podría plantear la asignación de sus provincias hasta el 1 de marzo del año 50).

Primer Triunvirato de la Historia Romana (tomado de septimobasicoab.blogspot.com)

El Libro III desplaza el teatro de operaciones al oeste, donde se desarrollaban las luchas contra los vénetos y otros pueblos del noroeste, al tiempo que se consolidaba la Aquitania. Fue un año denso en acontecimientos, pero parece que Cæsar, obsesionado con brillar en solitario, escatimó méritos a sus legados debido a la excepcional brevedad del texto. Incluso se llega a producir en el lector la impresión de que era él, desde la lejanía, quien ganaba las batallas. Una vez pacificada la Galia, las miras estaban puestas en Britania. Con este fin, Cæsar dispuso que sus tropas invernasen en el oeste.
El Libro IV se ocupa de la guerra contra los usípetes y los téncteros, y de dos breves incursiones: una al otro lado del Rin y la segunda al sur de Britania (55 a.C.). El conflicto con los dos pueblos transrenanos se debió a un efecto en cadena: cuando Cæsar expulsa de la Galia a los suevos de Arivistus, éstos desplazaron a su vez a usípetes y téncteros, que hicieron el camino inverso, aprovechando la debilidad de los pueblos galos. La alarma de Cæsar estaba justificada: los invasores disponían de un nutrido ejército, con una formidable caballería de asalto y además podrían provocar la insurrección de toda la Galia. Cæsar sofocó primero los conatos de sublevación y después marchó contra los dos pueblos, a los que infligió una severísima derrota. Hubo tal masacre que Marcus Porcius Cato no dudó en aprovechar la ocasión para solicitar que Cæsar fuese entregado a los germanos por haber violado el derecho de gentes, impidiendo que estos pueblos solicitasen asilo en la Galia. Sin dilación, Cæsar decidió cruzar el Rin. Quizá quiso emular a Pompeivs adentrándose en terra incognita, pero la expedición resultó poco gloriosa: dieciocho días merodeando por tierras de los sugambros, saqueando y destruyendo, pero sin entrar en combate con el grueso de las tropas germanas. Concluido esto, Cæsar dispuso una nueva expedición a Britania. Según él, de suelo britano llegaban refuerzos a los galos, así que utilizó su “derecho de persecución”. Sin embargo, la expedición estaba mal preparada (pese a sus esfuerzos por disimularlo) y apenas hubo logros militares que reseñar; las riquezas que se esperaban encontrar en la isla no aparecieron. A pesar de la desilusión, Cæsar consiguió una nueva supplicatio: no en vano, era el primer romano en cruzar dos fronteras míticas, el Rin y el Canal de la Mancha.
Mapa de la campaña del 55 a.C. (tomado de forumromanum.org)
El Libro V presenta dos partes contrapuestas: los veintitrés capítulos iniciales están dedicados a la segunda expedición a Britania, y los treinta y tres restantes se ocupan de las revueltas en el nordeste de la Galia. A decir verdad, el segundo grupo corresponde al invierno del 54-53 a.C., con lo que el libro V, correspondiente a los hechos del 54 a.C., y hubiera debido acabar en el capítulo veinticuatro. En Britania, el plan de Cæsar consistía en conquistar la parte más cercana a la Galia (Kent y, posiblemente, Cornualles). Sin embargo, la expedición se saldó con un nuevo fracasó. Las razones eran variadas: la campaña se había iniciado con mucho retraso, sobre su ejército se había abatido una serie de calamidades y, lo más importante, la estrategia de hostigamiento del jefe enemigo Casivellaunus acabó por dejarle en una situación comprometida. En los primeros días de septiembre, apenas tres semanas de su llegada, las tropas volvieron a embarcar. Por si no fuera suficiente este fracaso, durante el invierno estalló una revuelta en torno a los campamentos que Cæsar había ubicado en el centro y nordeste de la Galia. El levantamiento obedecía a varios factores: las élites locales impuestas por Cæsar estaban pasándose al bando enemigo, muchos pueblos sentían amenazada su propia existencia con la agresiva política de Cæsar y, en último lugar aunque no menos importante, los druidas se habían decidido a intervenir, quizá en respuesta a la intromisión de Cæsar en suelo britano, centro del culto druídico. El plan estaba bien pensado y podía poner en graves aprietos a las legiones, aisladas unas de otras. Cæsar no permite apreciar en su relato con claridad la secuencia cronológica, ya que se ha centrado en la suerte dispar de dos de sus legiones: una legión y media, acampada en territorio de los eburones, fue totalmente exterminada por éstos, bajo el mando de Ambíorix; en cambio, la legión estacionada en territorio de los nervios, mandado por Quintus Tullius Cicero, logró resistir hasta su llegada. Tras esto, el libro se cierra con la victoria de Titus Atius Labienus sobre los tréveros, un broche optimista para concluir un libro plagado de malas noticias. De hecho, tras declararla pacificada, Cæsar pasó el invierno en la Galia y se vio en la necesidad de reclutar dos nuevas legiones en el norte de Italia, además de pedir una a Pompeivs, lo que elevó la suma a un total de diez, en torno a cincuenta mil hombres.

Mapa de la campaña del 54 a.C. (tomado de commons.wikimedia.org)

El Libro VI recoge las intensas actividades del año 53 a.C.: operaciones de sometimiento a diversas tribus galas, segunda expedición al otro lado del Rin, persecución de Ambíorix y exterminio de los eburones. Sin embargo, es uno de los más breves. Ello se debe a que Cæsar no estaba dispuesto a ofrecer como único logro de este año una larga y monótona lista de pueblos pacificados que nunca terminaban de someterse. En consecuencia, optó por una larga digresión que ocupa el cuarenta por ciento del libro: este tipo de descripciones etnográficas llamaban poderosamente la atención de los lectores de la época. El segundo paso del Rin no tenía, en palabras de Cæsar, otro propósito que el de hacer una demostración de fuerza a los suevos y a los ubios, aunque algunos autores modernos sospechan de que aquél había concebido grandes planes de conquista para Germania. Sea como fuere, al retirarse los suevos dio por concluida, acertadamente, la aventura germana. De vuelta a la Galia, concentró sus esfuerzos en la figura de Ambíorix, e intentando poner a su propio pueblo en contra desató una campaña de exterminio que prácticamente hizo desaparecer a los eburones de la Historia. Cæsar “inventó” el Rin como frontera natural entre galos y germanos o, lo que era lo mismo a sus ojos, entre pueblos en vías de civilización y simples bárbaros. En realidad, a ambos lados del río se estaba desarrollando una cultura única, la de los celtas de La Tène. Se trataba de justificar la conquista de la Galia como algo necesario: allí había una cultura en formación que debía ser incorporada al mundo romano, salvándola de la agresión germana. Para una parte de la sociedad, los bárbaros no podían ser asimilados y, por tanto, se desaconsejaba su conquista. Durante el invierno, en el norte de Italia, Cæsar se vio obligado a reconducir la situación en Roma: las muertes de Ivliva y Crassvs y el asesinato de Publius Clodius Pulcher habían resquebrajado su alianza con Pompeivs, ahora más cercano a sus oponentes políticos. Mientras en la Galia la rebelión parecía más que evidente, la ruptura con Pompeivs fue total.

 
Ilustración de Ambiorix (tomado de users.telenet.be)

El Libro VII narra el enfrentamiento casi épico entre Cæsar y Vercingetorix (52 a.C.). La nueva y definitiva revuelta se inició en Cénabo, con la matanza de los comerciantes romanos afincados en la plaza. Al frente de la rebelión, posiblemente organizada por los druidas, se encontraba Vercingetorix, un líder con grandes dotes diplomáticas y militares. Cæsar tuvo que asegurar primero la defensa de la provincia Narbonense, amenazada a lo largo de toda la frontera pero, al mismo tiempo, debía impedir que sus legiones fueran aniquiladas. Existía una buena estrategia gala, pero fracasó y Cæsar se apresuró hacia Agedinco, dando un rodeo por el este que no esperaban sus enemigos. De esta manera, reunió en la plaza a dos legiones y esperó a las restantes. Todo ocurrió tan deprisa que Vercingetorix tuvo que recurrir a la estrategia de tierra quemada, pero aún así no evitó la toma de Cæsar de la ciudad de Avárico, que le procuró una ingente cantidad de provisiones. El asedio de la plaza exasperó a sus soldados: tal es, al menos, la justificación esgrimida por Cæsar por la matanza de sus habitantes. Ya a la ofensiva, el siguiente paso lo dio Cæsar en Gergovia y constituyó el primer gran fracaso en suelo galo, aunque su relato apenas lo deje traslucir: todas las culpas recaen en la indisciplina y presunción de sus soldados. Las consecuencias de la derrota fueron importantes: Cæsar emprendió el camino de vuelta a la Narbonense perseguido por la gran coalición gala y sus antiguos socios, los heduos. Vercingetorix cayó sobre el ejército pero sufrió una destacable derrota, propiciada principalmente por la caballería y la infantería ligera que Cæsar había hecho traer desde el otro lado del Rin. Ahora eran los galos los que se veían obligados a huir. Vercingetorix se dirigió a Alesia, donde tendría lugar la batalla final. Se ha pensado que Alesia era en realidad una trampa tendida a Cæsar que tenía como objetivo atraparle entre el ejército de Vercingetorix en la plaza y el proveniente del exterior. Si falló fue por la tardanza de este último. Por contra, algunos creen que fue todo lo contrario: Cæsar simuló su retirada a la Narbonense para después obligar a los galos a retroceder hasta Alesia, donde les atraparía en una ratonera. Y así fue: Cæsar rodeó la plaza con un doble sistema de fortificaciones que le permitió mantener el asedio y rechazar al tiempo cualquier agresión del exterior. Hasta tres ataques lanzaron los galos a ambos lados de la empalizada, pero los romanos, con sufridísimos apuros, salieron ilesos . Las tropas de refuerzo galas se dispersaron y dejaron a su suerte a Vercingetorix. Éste evitó una nueva masacre entregándose en persona a finales del 52 a.C.

Mapa de la campaña en Alesia ( tomada de forumromanum.org)

El relato de Cæsar acaba bruscamente en este punto, sin ninguna conclusión final y tampoco insertando el contrapunto adecuado a la breve introducción del libro I. Hay, de hecho, un Libro  VIII, que se ocupa de las campañas del 51 a.C. contra los carnutes y los belóvacos. Su autor, Aulus Hirtius, disponía como “jefe de la secretaría” de Cæsar de suficiente documentación para llevar a cabo la tarea, además de informes remitidos por Cæsar y de otros más. Se afirma en su comienzo que toda la Galia estaba sometida y en su final que Cæsar lo había conseguido combinando rigor y benevolencia, premios y castigos. Persistían, no obstante, algunos focos de resistencia. El más importante de ellos, Uxellodunum, sufrió un castigo terrible por retardar la pacificación total hasta el año 50, momento en que Cæsar podía verse desposeído de sus poderes. Al cabo de aquellos ocho años de guerras, Cæsar había logrado, en palabras de Jehne: “su consagración como fenómeno excepcional”. “Como tantas otras veces en su vida, también ahora se encaminaba hacia una decisión en la que se jugaba el todo por el todo: o se convertía en cónsul y, previsiblemente, en el hombre más poderoso del Imperio Romano, o sería ignominiosamente expulsado de la clase dirigente y tendría que esperar el fin de sus días en cualquier rincón del Imperio. La lucha entre Cæsar y sus adversarios estaba llegando al punto decisivo.” La guerra civil estaba a punto de llegar.

1 comentario:

vsanchez dijo...

Interesante el tipo de recopilación histórica y el estilo descriptivo utilizado. Me llama la atención el que los textos se inscriban en la categoría de commentarius, que los convierte en un tipo de fuente con un tinte autobiográfico y de los cuales pueden salir interpretaciones muy diversas e interesantes. Como lo menciona parte de la nota el que no exista un prefacio o una conclusión denota la libertad que tiene el lector, a partir de los hechos, de recrear y crear un trabajo histórico respecto a lo escrito por el mismo César.

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